Sobre el autor

Este blog se comenzó a escribir, sin saberlo o deseándolo, hace cuatro años.  Allá por el 2011, al comprarme y consultar los libros con recorridos por bodegones, parrillas, bares que se ofrecen en las librerías, fue cuando por primera vez esta idea se abalanzó en mis pensamientos, momento en que empezó a gestarse. La idea era más bien básica: recorrer la Ciudad de Buenos Aires en busca de las mejores heladerías y sus gustos. Ningún intento de ser un crítico profesional sino más bien una excusa para poder visitar y probar sin culpa. Culpa que como toda persona judeo cristiana, es parte de mi esencia.


Al tiempo que decidí comenzar a diagramar la novel idea, el insomnio apareció, y me pregunté sobre la causa de mi fanatismo, por qué me gusta comerlo en invierno, por qué caminando con frio, con calor, por qué bajo la lluvia.  Así fue como un recuerdo de mi infancia intentó explicar, dar una respuesta: todos los jueves, sin falta, solía ir a la casa de mis abuelos y tía- José, Emily- y Raquel. El recorrido gastronómico comenzaba con sandwichitos de miga  de jamón y lechuga (mi otro alimento preferido y menospreciado por la mayoría en una reunión social), que eran comidos mientras mirábamos Alf. Luego, de la cena, en el que comíamos algún plato porteño o turco, llegaba el momento que marcaría mi vida. Ir a buscar el helado al local que quedaba en frente del departamento. La Heladería Esmeralda, cuyo dueño había tenido mellizos y era la novedad del barrio. Lo que mi abuela,  no sabía era que al mismo tiempo que saboreaba el helado conmigo y me daba los gustos, era culpable de impregnarme su amor por este alimento. Amor que seguiríamos compartiendo hasta el día en que falleció, cuando vivía con mi familia.
Fu en abril del 2011 cuando la idea original de escribir un libro mutó. Comencé escribir un blog (heladoargentino.blogspot.com) donde comentaba los helados que probaba, donde subía fotos que me mandarán. Blog que, también, fue testigo de mis cambios, de mis angustías, alegrías, desafíos, viajes. Por sobre todo, se transformó en un juego, donde escribía sin releer lo que aparecía en mi cabeza al sentarme a comentar el helado que había probado.  


El blog, además de ser mi espació catártico, se transformó en un espacio colectivo, donde me comentaban heladerías, donde me mandaban a probar y el culpable que en cada reunión que tuviera, sea académica o social, alguien me hacía mención de alguna heladería que debía degustar.  

Termino citando una frase que leí alguna vez, con perdón de los Beatles: All you need is an Ice Cream o en criollo, todo lo que necesitas es un helado.

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