lunes, 11 de mayo de 2015

Heladeria Guindi: la magia pura!

Llegamos a los platitos con mi amiga Gabriela Solari. Tenía hambre,  sin embargo, al entrar al local pasé a la segunda etapa. Estaba famélico, el olor a la carne asada más la espera me generaban dos necesidades y ansiedades. La primera, comer todo lo que me pusieran frene a mis ojos. (nota mental: me quedé con ganas de provoleta). La segunda, tiene que ver con mi lado infantil y ansioso, deseaba que alguien me pregunte quien es el último esperando para sentarse en la barra. Quería gozar a alguien de que era el último y no nosotros. Además esa respuesta lograba que esté menos ansioso porque ya no era el fin de la cola. Al sentarnos, ya sabíamos que comeríamos. Yo estaba feliz. Me dijo: “estás feliz como un niño”. Morcilla, chorizo, ensalada y bondiola.  Y kilos de pan calentito. Confieso que cuando el mozo se llevo la panera que estaba completa lo miré mal y mi pensamiento neurótico que expresé en voz alta fue: “habrá visto una cucaracha?” Él que entendió que lo miré con aires de incomprensión, me explicó que traía más panes calentitos. La felicidad se adentró en mí. Necesitaba seguir comiendo. Nunca como mucho pan. No es mi costumbre pero recordé mi infancia, todos los mediodías, en la cantina cervantes con Mariano y nuestras madres. (Nota mental: recordar con Marian, nuevamente, concretar la cita que planeamos. Ir a comer con nuestros padres a esa cantina. La propuesta de ir con nuestras madres, cual doble cita edípica, creo que la descarto nuevamente. Las adoro a ambas pero creo que esa situación puede llevarnos a terapia por 15 años más). En fin, vuelvo a los platitos….La comida fue acompañada con vino de la casa y agua. Simplemente Genial el almuerzo. Rico y barato. Muy barato. 
De ahí a caminar al sol y charlar porque había que descansar el cuerpo, para luego cumplir con la promesa de ir a comer helado a lo de Roxana. Agarramos el auto, música fuerte, conversación de fondo y emprendimos la aventura. Flores el barrio al que íbamos.
Llegamos y la magia comenzó. No exagero cuando hablo de magia. “Hola, qué tal? Está Roxana”. Sale ella detrás de la cocina. “Hola. Ella es mi mamá, mi marido, hijo, hija, y demás integrantes del hogar”. Toda la familia simpática, divertida y acogedora. Una dulzura increíble. Comenzamos a charlar y nos ofrecieron helado de degustación.
Empezamos por los frutales. Nos ofrecieron cuartos, le dije que no porque tenía pensado probar todos y prefería comer un poco de cada cosa. Que de lo contrario, me moriría de dolor de panza.
Primero, mango, limón, pomelo rosado y frutilla. Nos contó que todos los hacen con productos de verdad, “como hay que hacerlos, nada de esencias” Frase que incluyó el gesto de machacar el mango. 
El limón, acido y justo. La frutilla ese sabor universal magnifico (segunda nota mental: recordé cuando en un cumple familiar se sopa la velita y como un mal criado por sus hermanas y madre, robo o roban por mi las frutilla de decoración porque desde chico amo esa fruta y no como tanto las toras).
Vuelvo...el Mango, no es joda. No es broma, no es posible que sea tan exquisito. Glorioso. Tal vez, uno de los mejores helados de fruta que probé en mi vida. Yo hablaba con la gente, con la familia y Gabriela, colgada de mi fama, me lo robaba, tan pero tan alevosamente que hasta Roxana se lo marcó. Nos reímos todos!!! El pomelo, no me gusta mucho como fruta pero este helado era sabroso.
De ahí al plato fuerte, los pesados. Comenzamos por chocolate con sal marina (grandioso), dulce de leche, sabayón con almendras, chocolate blanco, tiramisu,  mascarpone, maracuyá a la crema, dulce de leche granizado, manjar blanco (increíble combinación de coco, cardamomo, dulce de leche natural y merenguitos). 

Probé muchos más, me quedé con ganas del pepino con menta, de la palta y del sésamo que no tenía esta semana. Me contó que el buen helado artesanal, no debe ser servido con más de una semana de hecho, que pierde su potencial. Me enamoré, aun más, del helado. No sólo es un placer enorme comerlo, sino que cuando uno observa el amor con lo que lo hacen artesanalmente.  Aprendí, que el helado tiene que estar a una temperatura justa, ni muy frio, ni muy derretido.


Hablamos de todo con toda la familia, de comidas, restaurantes, heladerías, gustos que me interesaban de otros locales y que son buenas (nota mental: me dieron ganas de comer carne a la cacerola porque la madre de Roxana dice que es su especialidad  y me tentó).
Me fui feliz, gran día el de ayer, el anterior fue con Jazz y negronis en Verné.

De ahí a comer un sandwichito de queso, muy chico, con agua y a dormir a las 22.30.  Hoy, la felicidad de recordar un gran día!







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